jueves, 4 de septiembre de 2008

TRAGEDIA SOCIAL: EL CRIMEN DEL CONDE


TRAGEDIA SOCIAL EN EL VILLARBAJO DEL SIGLO XIX.

En el Diccionario Enciclopédico de Pascual Madoz1 del año 1.845, se hace mención a roturación y puesta en cultivo de las tierras de Villarbajo, donde se estaba produciendo una importante plantación de olivares.
Estas tierras en su gran mayoría pertenecían a la nobleza marteña, pero incultas, boscosas y pobladas de encinares, quejigares y monte bajo, donde la agricultura no hubiera sido posible sin el esfuerzo colonizador e incluso la ganadería tenía graves dificultades debido a la abundancia de animales dañinos como el lobo. Añadir imagen
En este contexto la decisión de rentabilizar estas propiedades, hasta ahora improductivas, viene a suponer la necesidad de poblar la zona, asentando colonos traídos de otros lugares: Martos, Castillo de Locubin, Alcaudete o Alcalá la Real serán los municipios que por su proximidad aportaran las familias que en busca de nuevas tierras se asentaran en la zona. Así apellidos como García o Castillo remanecen del Castillo, Gálvez de Alcalá la Real, López, Caballero o Caño tienen su origen en Martos.
Los primeros pobladores de estas tierras se asientan a tenor de contratos seguramente verbales(o los menos escritos) de arrendamiento para el cultivo de cereales y leguminosas a cambio del desmonte y plantación de olivares y el pago en ocasiones de rentas según la extensión y calidad de las tierras. Aunque en los primeros momentos de la roturación, unas humildes chozas con las paredes de piedra y barro y techo de chamizo son suficientes como vivienda, poco a poco y a medida que se van asegurando una renta, comienza la autoconstrucción de cortijos más sólidos con cubiertas de teja.
Una de estas familias que forma parte de un grupo de arrendadores de las tierras pertenecientes a D. Ramón Calvo de Tejada y Valenzuela, es la familia Melero Ocaña, que ocupa la zona del Prado del Nevazo y cuyo cortijo está próximo a la fuente del Peñascal, que por el nombre nos puede dar idea de la dificultad de roturar hazas tan prolijas en piedras y que todavía en nuestros días y a pesar del retroceso del bosque es una zona de vegetación espesa y abundante en encinas y Quejigos.
D. Ramón Calvo de Tejada y Valenzuela, a la sazón, Conde de la Puebla de los Valles, marteño, y Secretario de su Majestad D. Fernando VII, es una persona influyente en la corte y socio del Casino Español y de la Real Sociedad Económica y asiduo de las tertulias políticas del Jaén del XIX.
La tradición oral nos trasmite que estas tierras fueron tomadas por tiempo de diez años, durante los cuales y tras el desbroce y el amontonamiento de piedras en majanos, se cultivaría y sembraría por el arrendatario sin tener que pagar renta alguna al arrendador a cambio del consiguiente trabajo en la puesta en cultivo y plantación de olivar. De hecho D. Ramón está fuertemente endeudado con D. Vicente Chartres a quien debe 17.000 reales de la época y no puede esperar tanto tiempo, así que decide no cumplir con los plazos, pues es informado de la importancia de la producción de las cosechas de los colonos en aquellas tierras vírgenes y tan solo dos años más tarde, retira las tierras a los arrendatarios quienes se ven sumamente perjudicados, pues habían dedicado gran esfuerzo y sacrificio en el desmonte.
D. Ramón en aquellas fechas contaba con sesenta y siete años, estaba viudo de Doña Antonia Rodríguez Sobrado y no tenía hijos, pues los cinco que había tendido fallecieron siendo niños.
La tradición oral nos trasmite la idea de los arrendatarios de vengar el perjuicio económico y la puesta en escena del complot para acabar con la vida del explotador, y el acuerdo o sorteo entre estos para llevar a cabo los planes del atentado que costaría la vida al conde.
Dos arrendadores: los hermanos Silvestre y Juan Melero Ocaña, son los encargados de ejecutar la acción; con sendos cuchillos matarifes, se dirigen hacia la población de Martos donde afilan ambas herramientas, para encaminarse hacia Jaén, donde vivía un hermano del conde, Ildefonso, que era canónigo de la Catedral de Jaén y donde el conde pasaba largas temporadas parando en casa de uno de sus deudos, en la casa señorial existente todavía en la calle actual de Martí Mora y cuyas esquinas alindan a la calle Maestra por arriba y por debajo con el Arco del Consuelo.
A alguna tertulia se dirigía la noche del 5 de octubre de 1.848, cuando dos embozados le salen al encuentro al salir de su casa y cerrándole el paso lo acribillan a puñaladas, y dándolo por muerto abandonan Jaén, para dirigirse de nuevo a sus cortijos del Villarbajo.
Los días posteriores la conciencia no los deja en paz e incluso tienen pesadillas, donde una y otra vez se repite el sangriento suceso. La mujer de Silvestre sospecha que algo extraño oculta su marido, que esconde el arma del crimen en un costal en el interior de una troje. Más tarde se lo confiesa.
D. Ramón no murió en el acto. Lo recogieron, lo llevaron a su casa lo asistió el médico, que no pudo hacer nada por él y tuvo hasta tiempo de dictar testamento al notario y declarar ante el juez, D. Pascual María de Altolaguirre, pero murió y se le hizo entierro el día 7 en la capilla del Sagrario.
Del testamento se deduce las fuertes deudas que tenía y que sus herederos eran sus hermanos, Ildefonso y Manuel, más sus sobrinos marteños hijos de su difunta hermana Carmen.
De la declaración ante el juez, que no reconoció a sus agresores.
El crimen del Conde de la Puebla de los Valles, fue una gran conmoción en Jaén, en primer lugar, porque suponía un personaje importante, en segundo lugar porque se consideraba un desafío a la autoridad cometido en una de las zonas habitadas por las clases medias y funcionarios de la capital, y en tercer lugar porque parecía tener visos de crimen político, y fue aprovechado por el partido al que pertenecía el conde y contrario al que pertenecía el juez, para desacreditar a este último ante la Audiencia Territorial de Granada, cuyo Fiscal pidió secreto informe al entonces obispo de Jaén D. José Escolano Fenoy quien lo emitió a favor de D. Pascual María y puso las cosas en su sitio, dejando indemne la honorabilidad y competencia del mismo, que quedó demostrada con las averiguaciones y diligencias que instruyó y que dieron como resultado la identificación de ambos hermanos, gracias a las declaraciones del afilador de Martos y posterior rueda de reconocimiento y que condujo a la detención de Silvestre y Juan quienes confesaron haber cometido el crimen.
El crimen del Conde no fue un crimen político, ni fueron unos vulgares ladrones quienes lo cometieron para robarle. Resultaron ser dos honrados y humildes colonos del Villarbajo, que no pudieron aguantar la humillación y la soberbia del amo, ni la injusticia cometida sobre el sudor y el esfuerzo campesino del que un villano, aunque fuera conde, se quiso aprovechar para remediar sus deudas.
Y los condenaron a Garrote Vil, en las Eras del Ejido, el día 25 de octubre de 1.849, en el tablado que se construyó para el efecto y donde con la estimable ayuda del Verdugo de Granada se ejecutó la sentencia.
A Silvestre, con 39 años y a su hermano Juan con 42 años. No hubo perdón, fue una ejecución pública con exposición de los cadáveres hasta el anochecer, propia de la represiva y ejemplarizante España conservadora y reaccionaria del siglo XIX.
Silvestre dejó viuda: Ana López Cruz y tres hijos: Francisco, Antonio José y Dolores Melero López, esta última resulta ser una de mis tatarabuelas, por línea paterna, consiguientemente Silvestre resulta ser uno de mis 32 ascendientes o chornos.
Ana López Cruz, se casó en segundas nupcias con Manuel Jamilena Quesada, que trabaja de Mozo en esta misma casa, y tuvieron una hija: Agustina Jamilena López, quien a su vez tuvo una amplia descendencia en la zona.
En la siguiente generación y consultadas las escrituras de la época, parte de las tierras del conde habían sido compradas por los descendientes de los reos y gran parte de ellas todavía permanecen en la familia.
Queda constancia de las ruinas o restos del cortijo, existe todavía la fuente y la era del conde y la huerta con jardines de la condesa.
Este relato se ha transmitido de padres/madres a hijos/as de generación en generación conservando lo sustancial.
Bibliografía y fuentes:
- Manuel López Pérez. Las Cartas a D. Rafael. "Crimen y Castigo", pag. 335. Ayto. de Jaén, 1.991.
- Mi agradecimiento a Miguel Castillo Ortega y Vicente Castillo Marchal por ponerme en contacto con el tema, a mis parientes: Isaías Gálvez e hija por facilitarme las escrituras, a Manuel Cárdenas por trasmitirme oralmente esta historia.
1 Menciona Madoz la febril actividad de los lugareños para hacer roturas y desmontes y así aumentar el terreno agrícola en detrimento de la ganadería y de la vegetación autóctona. Esto se hizo en el Villar Alto y Bajo en López Álvarez y en Las Casillas. El nuevo terreno era plantado de olivos.

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